jueves, 7 de agosto de 2008

Globalización y fracturas

EXPOSICIÓN comisariada por “Le Monde diplomatique en español”
Agosto 2008. Numero 154

Por IGNACIO RAMONET Y FERRAN MONTESA
El mundo ha cambiado. Los marcos de referencia ideológicos, las herramientas políticas y sociológicas que ayudaban a interpretar y explicar la evolución en la historia contemporánea, se han vuelto obsoletos en un escenario donde las reglas de juego son cada vez más ajenas a los actores tradicionales. Ningún rincón del mundo queda inmune ante los efectos de la globalización liberal, un paradigma engañoso que proyecta una falsa imagen de progreso y de modernidad sobre presupuestos insostenibles. Éstos, en realidad, representan una amenaza, no sólo por lo que comportan de abuso y depredación de los recursos naturales, sino por los quebrantos sociales que socavan el bienestar y la convivencia de los ciudadanos del planeta.

Esta exposición recorre y sintetiza los efectos de la globalización y las fracturas que está causando. Conocidas personalidades, de diversos orígenes y disciplinas, plantean y comparten sus reflexiones sobre el estado del mundo. Para ayudarnos a entender, aquí se dan cita Tahar Ben Jelloun, John Berger, Ernesto Cardenal, Ariel Dorfman, Boaventura de Sousa Santos, Eduardo Galeano, Susan George, Sami Naïr, Riccardo Petrella, Aminata Traoré, Jean Ziegler... Porque tomar conciencia del problema es el primer paso para participar en las acciones destinadas a orientar el cambio y restablecer el equilibrio entre las personas y la naturaleza, entre los pueblos y el planeta, entre la ciudadanía y sus legítimas aspiraciones a garantizar un futuro sostenible, sin comprometer el de las próximas generaciones.

Los movimientos demográficos dibujan una de las variables más evidentes del cambio apuntado. La sobreexplotación de los recursos agota y empobrece extensos territorios y desplaza constantes mareas humanas hacia áreas metropolitanas que derivan en conglomerados urbanos, a menudo con grandes bolsas de marginación donde no alcanzan los servicios del Estado. Deforestación, avance de la desertificación, privatizaciónes y gestión irresponsable de los recursos hídricos, pérdida de biodiversidad y cambio climático, son algunas de sus consecuencias.

Alentadas por una pésima distribución de la riqueza, la marginación y la pobreza no son un producto exclusivo del déficit educativo. También son fruto de enfermedades generadas por la nueva economía que hace más pobres a los pobres y más ricos a los poderosos. La globalización estimula el libre cambio comercial y exige el fin de las barreras aduaneras a los más desfavorecidos, pero mantiene férreos instrumentos proteccionistas para garantizar las rentas y beneficios de quienes predican el nuevo liberalismo. El desatino llega hasta el extremo de fomentar indirectamente las hambrunas para garantizar la producción de agrocombustibles en un planeta próximo a agotar sus fuentes de energía fósil. Y, junto a la locura en la búsqueda del beneficio, sea cual sea su coste sobre el medio ambiente y su entorno, surgen nuevas alertas sanitarias, cuando no viejos brotes de dolencias que parecían superadas, asociadas a la desigualdad social y a los efectos perversos del desarrollo. Los núcleos demográficos más débiles acusan con mayor intensidad y frecuencia los efectos del subdesarrollo y las llamadas catástrofes naturales. Es sólo cuestión de tiempo. La globalización alcanza a todos y, salvo que se altere el orden de prioridades, sus efectos más indeseables también se extenderán al mundo supuestamente más desarrollado. Y la fractura podría ser total.

Los llamados "Objetivos del Milenio", que Naciones Unidas planteó ante las urgencias del planeta y sus desigualdades, no acaban de ejecutarse al ritmo deseable. Los Estados desarrollados tienen en sus manos los recursos y la responsabilidad de ajustar su crecimiento, sin menoscabar la capacidad de los países más empobrecidos o comprometer las posibilidades de cuantos se hallan en vías de desarrollo. En este sentido, no todos los miembros de Naciones Unidas llevan el reloj sincronizado a la misma hora en generosidad y solidaridad.

El progreso es un juego de espejos que, a menudo, deforma la realidad. Países ricos en recursos naturales, con suelos fértiles o riquezas minerales y paisajísticas son víctimas de la explotación, a causa de los mecanismos que regulan el funcionamiento del mercado.

Así, el Producto Nacional Bruto compara la fortaleza económica de las naciones, pero también crea falsas percepciones sobre la riqueza de sus ciudadanos. Porque entre las variables que conforman sus indicadores, todavía no se incluye una factura ecológica que mida los recursos naturales consumidos hasta la fecha y los de futuras generaciones. Y porque, entre otros aspectos, el PNB de los países en vías de desarrollo no acostumbra a tomar en consideración variables como el autoconsumo, los trabajos solidarios y gran parte de la actividad informal.

En este juego de espejos que disfraza o enmascara desigualdades, hay que prestar atención a las disparidades del consumo. Las diferencias en el acceso a los bienes y servicios son especialmente acusadas entre los estratos más desfavorecidos. Una amplia franja de la población mundial, carece de acceso a determinados productos relativamente costosos. Las disparidades son asimismo relevantes al apreciar los contrastes entre unos continentes y otros.

La pobreza, sin embargo, hace tiempo que dejó de ser una exclusiva de los países más desestructurados y huérfanos del control de sus propios recursos. La globalización exacerba las discriminaciones también en los grandes núcleos urbanos, en las concentraciones metropolitanas, donde tras el espejo del desarrollo se ocultan importantes bolsas de marginación, de precariedad en el acceso a la sanidad y a la educación, con déficit de servicios públicos, agua potable y acceso a redes tecnológicas y de comunicación. Lejos de considerarse como un problema coyuntural, las cargas demográficas y corrientes migratorias tienden a agravar estas islas de pobreza que generan inestabilidad social e ilustran la peor cara de la globalización. Los esclavos del siglo XXI no son invisibles, pese a los intentos del sistema por ocultarlos. Por eso ha surgido, en el Norte y en el Sur, un movimiento solidario que conmueve las conciencias y clama que otro mundo es posible. Sin fracturas tecnológicas ni sociales. Porque, en caso contrario, no quedaría mundo que habitar.

Tomado de: http://www.monde-diplomatique.es/

No hay comentarios: